12 abril 2015

Heladero ambulante, un oficio que se resiste a desaparecer

Diez grados centígrados y lluvias suaves, es el pronóstico del tiempo para este viernes. Telésforo reluce con su overol blanco. Está parado cerca de la puerta de la heladería, junto a su carrito de ventas. Mientras tanto, la gente que está por el lugar se refugia en sus paraguas.

A pesar de la lluvia, el vendedor decide comercializar los productos. "Va a mejorar el tiempo”, sostiene. Es uno de los dos heladeros que se presentó en la agencia para trabajar esta jornada.

El oficio de vendedor ambulante desaparece de a poco, comentan los protagonistas entrevistados. Pero hombres como Telésforo Tumiri y Pedro Mamani continúan ejerciéndolo sin tregua.
"Cuando mis nietos vienen a la casa, me piden (dinero) porque soy su abuelito y no puedo, tengo que darle algo por lo menos. Por eso trabajo”, afirma Mamani

El antropólogo Édgar Arandia explica que la competencia se hizo muy fuerte en este ámbito por las "grandes” empresas que incursionaron en el negocio , lo que terminó perjudicando a estos personajes. "Cuando emergen otras empresas que producen masivamente este producto, la competencia ya es muy grande, muy fuerte”, comenta.

Esto contrasta con lo que pasaba en las décadas de los años 60 y 70 cuando -comenta este especialista- los carritos de los heladeros aparte del producto en sus vitrinas exhibían imágenes de luchadores mexicanos. "En esa época del siglo pasado, los carritos eran parte de la magia de la ciudad de La Paz”, agrega el especialista.

Pedro, al ser interrogado sobre la razón de la merma de heladeros, indica: "Ahora en las tiendas hay Delizia, Panda, incluso apareció Pil. Tenemos más competencia”. Telésforo está de acuerdo y agrega que "a algunos no les gusta vender” porque hay que caminar mucho.

Bruno Rojas, investigador del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario, sostiene que el oficio perdura; agrega que, con sus matices, está siendo recuperado por las empresas.

"Yo veo más bien que se mantiene por lo menos como actividad (…) y fue recuperada por empresas productoras de alimentos como una forma de comercialización de estos productos”, sostiene.

Desde hace décadas
Dentro una canastita, el carrito amarillo de Pedro ostenta conos de galleta y hostia, acumulados uno dentro de otro como en una torre. Su experiencia se nota cuando avanza por la plaza Murillo y sube las gradas sin que ninguno de esos pilares de galleta se mueva en absoluto. El hombre está 20 años en este rubro.

Antes de convertirse en heladero, trabajó en el Círculo de la Unión, pero cuando "entró un ratero” decidió dejar ese empleo porque se asustó. Desde entonces, siempre vende en la plaza Murillo y, cuando hay partidos, en el estadio Hernando Siles. "Yo tengo mi puestito en el estadio en el sector preferencia”.

Telésforo, en cambio, trabajó en heladerías toda su vida. Empezó en los desaparecidos helados Súper Él, que tenían su agencia en Sopocachi. Cuando la empresa cerró, se fue a trabajar en la confitería de Frigo, eso hace 30 años. "Yo antes vendía sólo en la agencia, de ahí la señora y su papá me conocían y me dijeron que me viniera a trabajar a la fábrica”, narra el vendedor.

Ganar 30 bolivianos al día

Todos los días Telésforo cumple religiosamente con su ruta. Pasa por la plaza Murillo y espera en frente del colegio San Antonio a los estudiantes. A media tarde, visita a sus clientes en las oficinas de edificios del centro paceño. Un día no trabajado es una jornada que no gana nada.

"Todos los días trabajo, domingos, feriados, no descanso. Mi descanso es cuando está mal el tiempo y ya no salgo, esos días no más”, expresa Pedro. Si quieren salir de vacaciones, Telésforo aclara que es por su cuenta.

"A veces gano 30 o 40 bolivianos, según el tiempo. Fin de semana se vende alguito más, sábado y domingo”, cuenta Telésforo. Comenta que "cuando hace buen tiempo” puede percibir entre 60 y 150 bolivianos, pero que cuando llueve no gana nada.

Los ingresos de la venta de helados de la mayoría de los vendedores ambulantes de helados son por "comisión”. Por lo tanto, estas personas carecen de beneficios sociales.
"Son como una cadena de distribución y, en ese sentido, compartimos esta figura de que son trabajadores sin ningún derecho, excepto el pago que se les hace por comisión, pero nada más”, manifiesta Rojas.

El investigador infiere que la gente que trabaja en este tipo de oficios no recibe ninguna clase de beneficios establecidos por ley. "No conocemos ni aguinaldo, ni seguro ni ninguna clase de beneficio”, comenta, al respecto, Pedro.

Al mediodía el sol, mortecino, se abre paso entre las nubes. "Bueno pues, señorita, iré a vender”, indica Pedro, para luego alejarse con su carrito amarillo.

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