En Bolivia se ha generado una redistribución del ingreso al interior de los asalariados. Mientras en 1996, el salario promedio representaba seis salarios mínimos, para 2013 cae a tres salarios mínimos, situación a la que se llegó paulatinamente año tras año. Esta conducta se hace más intensa cuando se relacionan los salarios del personal ejecutivo de las empresas privadas, que para 1996 representaban, en promedio, 25 salarios mínimos, para 2013 sólo constituyen 12 veces.
Esto denota una gran redistribución de ingresos al interior de los trabajadores en favor de la mano de obra menos calificada y en desmedro de la mano de obra más calificada.
Desde un punto de vista socialista, “igualitarista” lo señalado puede calificarse de exitoso, pero desde el punto de vista de la eficiencia económica puede significar lo contrario. ¿Por qué? Los que reciben el salario mínimo son la mano de obra menos calificada. Si éstos mejoran sustancialmente su capacidad de compra y no así la mano de obra más calificada, la señal que se está dando es: ¿para que estudiar una profesión, para que esforzarse para alcanzar puestos ejecutivos si la remuneración no compensará el sacrificio?
La determinación del salario mínimo se generalizó durante el siglo XX. Fue la consecuencia del dominio de la ideología socialista en el mundo y de la idea marxista de que el obrero es explotado. Fue el resultado de suponer que en la relación laboral la parte débil está dada por los oferentes de mano de obra, que son los trabajadores, y la parte fuerte -y abusiva- estaría dada por los demandantes, que son las empresas. Hoy, son pocos los países donde el salario mínimo no existe. Hace poco Hong Kong lo ha introducido.
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