"¡Ándale, ándale, arriba, arriba!”, indica el calendario de Speedy Gonzáles con las fechas de entrega. Las bolsas nailon en los estantes -atiborrados con zapatos, carteras y cinturones- están dispuestas en un orden misterioso junto a hilos, tintas y otras herramientas. Le dicen Don Peter, como indica el cartel de su quiosco. Pedro Maquera es uno de los zapateros de la ciudad de La Paz.
"Trabajo como zapatero más de 30 años. Soy artesano. Siempre me gustó trabajar. Mi papá era zapatero y me he comprado mi puestito”, cuenta Maquera, cuya caseta se encuentra en la calle 10 de Calacoto. El oficio tradicional de zapatero se adaptó a los "nuevos tiempos”, al crear su propia asociación y cambiando sus "carpas” por quioscos.
"Pusimos los quioscos con finalidad de mejorar. Eso es lo que tiene que entender la gente. Pagamos una patente de entre 70 y 120 bolivianos anuales por conservarlo”, comenta Fernando Apaza, quien se dedica a este oficio desde hace 28 años.
Este trabajador cuenta que vio la necesidad de unir el gremio, por lo que, como dirigente, impulsó la creación de la Asociación de Trabajadores de Calzados en Vía Pública. "Tenemos personería jurídica, resolución municipal y otros”, explica.
No obstante, a pesar de que el oficio persiste, éste tiene cada vez menos "herederos”. Las nuevas generaciones -su descendencia- no están interesadas en seguir sus pasos. "Mis hijos no quieren aprender, ‘¿Qué es esto?’, me dicen. Ya no hay gente joven de zapatero”, comenta Mario Cachi, quien trabaja hace 20 años en este sector.
Los clientes, los "jefes”
Una señora con un suéter a rayas azules y celestes llega al trote. No saluda, simplemente señala impaciente una bolsa con una cartera negra dentro.
"Recogeré mi cartera, esa de ahí debe ser”, indica. La mujer saca rápidamente 14 bolivianos de su billetera y los deposita sobre la mesa en la caseta de Apaza. Luego se marcha.
"A veces se reniega con los clientes, pero este trabajo me gusta por estar relacionado con las personas. Viene gente preparada y gente humilde”, sostiene el zapatero.
Lidiar con los clientes o "jefes” -como algunos los llaman- es algo del día a día para quienes se dedican a este oficio. "A veces me hago reñir con los clientes, a veces reniego también. Es difícil, tengo que recuperar mi capital. Con este trabajo mantengo mi hogar”, asevera Cachi.
"Para que salga bien el arreglo, tengo que poner mis siete sentidos. Debe salir excelente. Arreglar los zapatos es difícil. Los jefes quieren que queden idénticos, como en la fábrica. Lo quieren igualito; más bien la gente ya me conoce”, asegura Maquera.
Un arte con secretos
Cuando era joven, dice el zapatero, era habiloso y curioso. Trabajaba como ayudante de albañil con su tío, pero esas inquietudes juveniles no iban con unir ladrillos, y se relacionaban más con este "arte”, como le llaman.
"Quise aprender zapatería con un operario y comencé a trabajar a los 18 años. Es un arte. Somos artesanos. Necesita tu interés el trabajar esto”, expresa Apaza.
Maquera insiste en que el trabajo de cada artesano tiene secretos, aunque se rehusa a comentarlos. "Es un arte, gracias a mis manos hice todo lo que tengo. Somos muchos, pero no todos hacen un buen trabajo. No conozco el trabajo de los otros, pero todos tenemos secretos”, manifiesta.
Sus necesidades
Mario Cachi protege su ropa con un overol de cuero negro. Sus manos, negras por el betún y la tierra de las suelas, manipulan y arreglan un zapato de charol. Una gorra azul cubre su rostro de la resolana del mediodía. "Antes era peor -comenta-, no teníamos quioscos, sino carpas”.
Sus condiciones mejoraron, pero las necesidades aún están presentes. No poseen seguro, aguinaldo, bonos ni jubilación. "Todo es cuenta propia. No tenemos bonos ni aguinaldo. Todo sube y nosotros aquí estamos. Ahora no hay ni pan ¿A quién nos quejamos? Se aguanta nomás. Quisiera que el Gobierno nos ayude con maquinitas a créditos”, sostiene Cachi.
En esa misma línea, Apaza expresa lo siguiente: "No tenemos seguro. Si me enfermo, me muero nomás. No tenemos préstamos. Queremos mejorar nuestras condiciones, comprar nuevas máquinas, herramientas”.
Pedro Maquera, contrario a sus colegas, dice que no tiene problema con no recibir beneficio alguno. "No tenemos seguro ni aguinaldo, pero no me siento mal. No tengo reclamo. A fin de año también tengo una buena entradita”, comenta.
"Nosotros servimos a la gente que necesita arreglar algo que tiene. No exponemos a productos como gremiales. Es un arte. Somos artesanos”.
Fernando Apaza
"Es un arte, gracias a mis manos hice todo lo que tengo. Somos muchos, pero no todos hacen un buen trabajo. No conozco el trabajo de los otros, pero todos tenemos secretos”.
Pedro Maquera, zapatero
"Todo lo hacemos por cuenta propia. Todo sube [de precio] y nosotros aquí estamos. ¿A quién nos quejamos? Nos aguantamos nomás”.
Mario Cachi
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