Sentarse en el asiento de un peluquero y escuchar sus anécdotas, convence hasta el más incredulo que esta profesión se asemeja a la labor de un religioso, porque muchos los consideran sus confidentes; o con la de un sicólogo porque terminan, en algunas ocasiones, aconsejando a sus clientes.
Con el peluquero también se establece un pacto de fidelidad, porque se confía en su capacidad para mantener la imagen que se quiere y, muchos, no los cambian por años. Sin duda hay una confianza total en ellos.
Mañana se celebra a escala internacional el día del peluquero y Extra buscó a tres personajes que llevan muchos años en este oficio y que, detrás de las tijeras, mascotas y secadores que manejan con destreza, nos contaron sus historias y sus anécdotas con presidentes, artistas e incluso con narcotraficantes; historias que solo ellos y sus clientes conocen y que han quedado entre cuatro paredes.
La ostentación de la época
Siempre quiso venir a Santa Cruz pero Freddy Reyes, un pulacayeño (Pulacayo, Potosí) estaba a punto de retornar a su ciudad de crianza, Buenos Aires, cuando en La Paz, encontró a un primo que lo trajo en su camión a la capital oriental en los años 70 cuando aun costaba llegar porque estaba lejos y el camino era desastroso.
Había estudiado peluquería, cosmetología y esteticismo en Argentina, pero la espinita por volver a su país hizo que dejara todo para embarcarse en la aventura de enseñar lo que sabía y modernizar su rubro.
Llegó a Santa Cruz en octubre de 1978 y lo primero que buscó fue un salón donde impartir clases a sus colegas, que en ese entonces no sobrepasaba el centenar entre peluqueros para hombres y mujeres.
El salón Jet Set de la cochabambina Lily Oroza le dio la bienvenida. “Realicé un curso con la idea de motivarlos y de demostrarles que la peluquería podía ser diferente”, cuenta.
Y es que en ese entonces, en la ciudad de los anillos, esta profesión se la manejaba más como un oficio. Incluso, relata Reyes, el cliente veía al peluquero como mero sirviente y no como profesional del arte de cuidar la imagen.
“Me enseñaron que tenía que ser un señor peluquero con diferentes elementos dentro del estudio: calidad de servicio, de producto, de herramientas y muy profesional, y eso es lo que empezamos a hacer acá”, dice.
Al finalizar el curso, Oroza le pidió que se quede con ella a trabajar. Le ofreció contrato seguro, casa y alimentación. Fue así que al año siguiente, el 10 de octubre de 1979, Reyes inauguraba su salón Status Atelier, considerado en ese entonces como uno de los más grandes y modernos.
La peluquería se encontraba en el centro comercial El Dorado, justo al lado de la Alcaldía en la calle 24 de Septiembre, a media cuadra de la plaza principal. Su local era el número dos.
Lo primero que hizo fue cobrar caro. El corte costaba Bs 15 y aunque sus colegas le decían que la gente no pagaría, con la respuesta del público se dio cuenta de que la sociedad cruceña buscaba un servicio así.
Y mientras transcurrían los años, grandes personajes pasaban por sus manos; y hoy puede contar sus historias.
“A partir del 79 hasta inicios de los 90 creo que hemos sido la peluquería para la gente de elite de ese entonces, desde políticos hasta artistas”, asevera.
Si bien la mayoría de los políticos de la época de los 80 eran militares, también trabajó para los actores que llegaban y actuaban en la Casa de la Cultura Raúl Otero Reiche, a los personajes de los inicios de Chaplin Show e incluso fue el primer maquillista de los entrevistados en uno de los primeros canales privados de Santa Cruz, el 5.
Sus anécdotas, además, se centran en personas, que marcaron de una u otra manera al Santa Cruz de antes. Y es que recuerda como si fuera ayer que recortó el cabello al ‘rey de la cocaína’ Roberto Suárez y a Jorge Roca, más conocido como ‘techo de paja’.
“Llamaba la atención las grandes cadenas de oro macizo que utilizaban, pero cuando teníamos que cortarles el cabello nos llevaban a sus casas. Solo vinieron al salón a hacerse clientes, luego todo en privado, incluso cierta vez uno de ellos me mandó una avioneta y viajé hasta Santa Ana de Yacuma para atenderlo, luego me regresaron”.
Uno de sus clientes cuyo nombre no quiere revelar, cierta vez lo invitó a él y a sus trabajadores hasta su casa en Reyes. “Cuanto terminamos nuestro trabajo nos dijo: llévense lo que quieran porque voy a cambiar todo aquí. Y así salimos con juegos de living, cocina, heladera y un montón de cosas (risas)”.
Una de sus reglas de oro en Status Atelier era que nunca se le podía decir ‘no se puede’ o ‘no hay’ al cliente. “Si pedían un wiski, lo teníamos, si lo que quería era un sándwich, se lo conseguíamos”, recuerda.
En la peluquería de antes, o de oficio como la llama Reyes, no existían las propinas, en cambio, los clientes de esa época y gracias a la atención que le brindaban, dejaban hasta $us 20.
Y así para Reyes fue pasando la época dorada de su vida, hasta inicios de los 90 cuando tuvo que buscar un nuevo espacio, pues la Alcaldía alquiló el centro comercial para extender sus oficinas. “Me mudé a la calle Cobija y abrí el primer spa con gimnasio, peluquería para hombres, mujeres y niños, un bar dietético, y otros servicios que antes ni se imaginaban que podían existir”, relata.
A raíz de una estafa Reyes cerró el local y se fue de Santa Cruz por cinco años. Hoy, con sus gratos recuerdos, dirige la academia Status Atelier, donde enseña a una nueva camada de futuros colegas, el arte de la peluquería.
Peluquero de presidentes
Su acento camba-brasileño es inconfundible. Juan Carlos Vaca Miranda, peluquero del salón Solo El, esboza una sonrisa cuando rememora que por sus manos pasaron las cabezas de tres presidentes, entre muchas más.
Hugo Banzer Suárez, Jaime Paz Zamora y Gonzalo Sánchez de Lozada fueron los mandatarios que confiaron en Vaca el cuidado de su imagen personal.
“Pulcros y exigentes. Nunca venían al salón por un tema de seguridad, siempre fui, en el caso del general Banzer, a su casa, y de Paz Zamora y de ‘Goni’, a los hoteles donde se alojaban”, cuenta.
No podía cortarles ni un milímetro más, porque, aunque pareciera obvio, la imagen de ellos debía ser exactamente la misma por el tiempo que duraba su mandato presidencial.
Vaca, quien trabaja desde 1978 en el rubro, no tenía horarios con ellos. A Banzer normalmente lo recortaba luego de la medianoche, nunca antes, porque siempre estaba ocupado.
Con Sánchez de Lozada era distinto, si bien, al igual que otros presidentes manejaba una agenda apretada, era puntual en sus horarios. A las 22.00 tenía que estar en el hotel para realizar el corte. “Ni un minuto más, ni un minuto menos”.
Con Paz Zamora hubo más cercanía, por lo que cuenta. Incluso fue cambiándole poco a poco el estilo que caracterizaba su cabello. “A él le gustaba llevar en ese entonces el pelo largo pero fui cortándole poco a poco hasta quedar en el look que hoy utiliza”, dice orgulloso Vaca, quien es visitado en el salón algunas veces por el ex presidente cuando visita Santa Cruz.
Incluso recuerda cómo fue que inició el cambio. Cierta ocasión, cuando Paz Zamora estaba por dar una conferencia de prensa, Vaca tuvo un pequeño accidente con la patilla izquierda. Cortó por demás.
“Le dije: Presidente, pasó algo con su patilla. Y se la mostré. Me miró y me dijo en tono de broma: negro de miércoles, no se qué vas a hacer, pero si no la arreglas te mando al frío (risas)”, recuerda.
Para él estas vivencias son únicas, pues cree que gracias a su pasión por el corte, su constante capacitación en las nuevas tendencias y su gran habilidad para entablar amistades, ha hecho que sus mismos clientes sean los que lo recomienden a otros.
Vaca, quien tiene seis hijos (a cuatro de ellos los ha sacado profesionales), asegura que sus clientes son tan exigentes que el 90% de ellos acude a al salón cada dos o tres semanas para recortarse.
“Si quiero salir de vacaciones, debo avisar con un mes de anticipación para que tomen sus providencias”, apunta.
Maestra de las tijeras
Nunca creyó que a raíz de que una clienta suya, que terminó en la cárcel por pagarle con un cheque sin fondo, sea la que luego le insista en que vaya a pasar clases de peluquería a los reos. Jovita Rodríguez, dueña de la peluquería La Dama Cruceña, tiene la satisfacción de haber sido la primera persona en enseñar este oficio en Palmasola.
“Al principio sentía un poco de temor, pero luego al ir conociendo a los alumnos, se fue disipando. Estuve 16 años con un ítem enseñando a hombres y mujeres”, explica.
Cuando llegó no había nada. Rodríguez tuvo que ingeniárselas para ir adquiriendo de a poco algunos insumos y herramientas para que los privados de libertad aprendan.
Comenzó en los 90 y estuvo un par de años yendo por su cuenta. Pero en 1996, por invitación de una clienta suya, quien le consiguió un item, volvió a pasar clases hasta el 2010.
“Mis colegas del rubro me daban herramientas que estaban por dejar de utilizar. Igualmente muchas empresas nos regalaban insumos para los tintes y peinados”, detalla.
Rodríguez cuenta que en cierta ocasión llegó al penal, adonde iba tres veces por semana, y en la reja varias de sus alumnas la esperaban. La escoltaron hasta el salón de clases y le informaron que había ingresado una nueva y que era peligrosa.
“En el sector de los varones las condiciones eran mínimas. Les enseñaba bajo un toldo y para conseguir herramientas e insumos buscábamos ‘padrinos’ entre los reos con más dinero”.
La mayoría de sus estudiantes estaban allí por la Ley 1008. “Tengo el orgullo de haber enseñado a personas que hoy han cambiado el rumbo de sus vidas. Muchos de ellos tienen sus salones de belleza en varios mercados de la ciudad”, comenta satisfecha de su labor que hace cuatro años dejó a un lado para jubilarse.
Muchos y con grandes faltas
Reyes, quien dirige actualmente la Federación Nacional de Peluqueros y Peinadores Bolivianos cuenta que uno de los mayores problemas del gremio es la falta de unión. “Cuando llegué aquí habían dos sindicatos, el de los peluqueros varones y el de las mujeres. Nunca pudimos unirlos pero estamos trabajando para que haya una sola federación departamental”.
Los beneficios sociales también son un asunto pendiente. Si bien el sector genera empleo, los trabajadores no cuentan con seguro de salud, de vejez y mortuorio. “Cuando se enferma algún colega tenemos que ir buscando voluntarios para reunir dinero, peor aún cuando la familia los abandona en el asilo de ancianos. Es lamentable”.
Aun con todas las faltas que puedan tener, los peluqueros fueron, son y serán siendo no solo quienes cuidan la imagen de las personas, sino también sus confidentes, sicólogos y amigos de sus clientes, muchos de ellos fieles
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