07 enero 2017

Cuando los robots se roban los empleos, los trabajadores merecen compensación

El destino, en gran parte olvidado, de los navegantes londinenses que transportaron pasajeros por el Támesis durante siglos antes de que las formas más rápidas de transporte les robaran sus empleos, parecería de poca importancia hoy en día.

Pero las lecciones del pasado a menudo pueden guiar las decisiones del futuro. Y mientras nos preocupamos por el aumento de los robots y el impacto de la inteligencia artificial, la historia de los taxis acuáticos de Londres puede enseñarnos algo sobre cómo aliviar la interrupción causada por las nuevas tecnologías.

Durante muchos años, los navegantes de Londres eran los trabajadores más numerosos de la ciudad, pero las quejas sobre sus prácticas abusivas obligaron al parlamento a aprobar una ley en 1514 para regular la profesión.

Un acto adicional siguió en 1555 estableciendo la Company of Watermen (sociedad de navegantes).

Colin Middlemiss, el actual secretario de la organización, admite que algunos de sus predecesores probablemente se lo merecían.

"Éramos bastante revoltosos", comentó él. "No nos oponíamos a subir la tarifa en la mitad del río" (una práctica medieval extrañamente reminiscente de las "tarifas dinámicas" de Uber hoy en día).

Además de proteger los derechos de los pasajeros, la sociedad funcionaba como un gremio de trabajadores, ayudando a capacitar a los trabajadores del río y a defender sus medios de subsistencia.

En siglos posteriores, cada vez que un nuevo puente o túnel cruzaba el Támesis, la sociedad solicitaba al parlamento que garantizara que los constructores compensarían a los navegantes por los ingresos perdidos. Incluso los constructores del Puente del Milenio, inaugurado en 2000, pagaron una suma simbólica a la caridad de la sociedad. El progreso tecnológico se compró por medio de un dividendo social. "Los navegantes siempre recibieron alguna forma de compensación", comenta Middlemiss.

"A medida que la tecnología se desarrollaba, era una manera de solucionar un problema".

En la actualidad tenemos un problema similar. Las fuerzas gemelas de la globalización y del trastorno tecnológico están volviendo obsoletos numerosos empleos tradicionales en los países desarrollados, de la misma manera en que la profesión de los navegantes desapareciera en épocas anteriores.

Aunque ambas fuerzas generan mucha ganancia generalizada, también resultan en sufrimiento localizado.

Algunos políticos han identificado ese sufrimiento como la causa de las convulsiones electorales que condujeron al voto a favor del Brexit en Reino Unido y al triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos.

En una reciente publicación en el blog del Financial Times, el economista Gavyn Davies concluyó que la economía necesitaba urgentemente ponerse al día con esa política desbocada. "Cómo compensar a los perdedores de la globalización será la gran historia en macro durante 2017", escribió Davies.

Algunos economistas argumentan que la solución más simple y radical sería proporcionar a todos los ciudadanos un ingreso básico universal, una ayuda financiera estatal garantizada que se pagara a todo el mundo, independientemente del trabajo, la riqueza o la contribución social.

Este año ha habido una renovada oleada de interés en la idea a medida que Finlandia y Países Bajos han puesto en marcha experimentos localizados.

En junio, Suiza incluso celebró un referendo sobre si introducir un ingreso básico de alrededor de 30 mil francos suizos (30.275 dólares) al año para todos los ciudadanos, pero fue vigorosamente derrotado.

Algunas de las personas de Silicon Valley también respaldan la idea de un "dividendo digital".

Los partidarios del ingreso básico argumentan que impulsaría nuestras economías y revitalizaría nuestras sociedades, empoderando a los ciudadanos para que tomen decisiones propias con respecto a sus vidas.

Este ingreso ayudaría a las personas a tomar tiempo libre para criar a sus hijos, cuidar a los ancianos y reentrenarse para otras profesiones.

Sus opositores argumentan que el ingreso básico es demasiado simplista, costoso y mal enfocado, y que corroería los vínculos entre el esfuerzo y la recompensa. Es, en el mejor de los casos, prematuro, si no extremadamente utópico.

Los actuales estados de bienestar, adecuadamente ajustados, pueden proporcionar mecanismos de compensación más eficaces.

Un informe sobre el cambio tecnológico publicado la semana pasada por la Casa Blanca propuso una lista de alternativas más económicas que pudieran implementarse (en teoría) más fácilmente.

El informe, "Inteligencia Artificial, Automatización y la Economía", recomendó elevar el salario mínimo; fortalecer el poder de negociación sindical; proveer viviendas más baratas para mejorar la movilidad laboral; desplazar los impuestos del trabajo al capital, y aumentar masivamente la financiación de la capacitación laboral y de la reeducación.

Destacando que la tecnología no era el destino, el informe argumentó que era prematuro abandonar la posibilidad de un casi pleno empleo. "El asunto no es que la automatización hará que la gran mayoría de la población no pueda emplearse", escribió Jason Furman, presidente del Consejo de Asesores Económicos.

"Más bien, es que los trabajadores carecerán de las habilidades o de la capacidad para corresponder exitosamente con los buenos empleos de altos salarios creados por la automatización".

La subida de los precios de las acciones en Estados Unidos desde la elección de Trump sugiere que el capital, en lugar de la mano de obra, será el gran ganador de la nueva administración, a pesar de las promesas de campaña del Presidente electo de ayudar a los trabajadores afectados en las comunidades de "El Cinturón del Óxido" (un área geográfica estadounidense anteriormente conocida por su poderoso sector industrial).

De hecho, el candidato de Trump como secretario de Trabajo es un gran fanático de los robots y un acérrimo crítico del salario mínimo.

La estrategia de la nueva administración parece ser permitir que la economía pase por enormes recortes de impuestos y aumentos de gastos, dejando que el “botín” se distribuya al azar, sin importar las consecuencias.

Sin importar cuál sea el resultado final, es difícil evitar la conclusión de que tarde o temprano, en aras de la estabilidad social, vamos a tener que encontrar maneras más inteligentes de compensar a nuestros capitanes de transbordadores.


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