Germán y Estefanía, un exitoso gerente y una dedicada religiosa que entregó su vida a Dios, respectivamente, son dos ejemplos de intensos acosos laborales o mobbing que dejaron secuelas graves en los afectados.
La proyección de Germán como gerente en una empresa de llantas era muy prometedora. Sin embargo, la muerte del propietario de la compañía cambió su destino de tal forma que ahora se ha convertido en una persona que depende de otras para moverse y subsistir.
Tras la muerte del propietario, el hijo se hizo cargo. Uno de los primeros cambios fue reducir la calidad para aumentar el volumen de producción, situación resistida por Germán por tratarse de un logro por el que habían luchado con ahínco durante mucho tiempo.
Frente a esta resistencia, el nuevo dueño inició una campaña de desprestigio frente a los otros gerentes y directores logrando el despido de Germán. Tras una apelación ante las instancias laborales el afectado fue reincorporado, pero en un cargo menor.
El acoso continuó y, con uno u otro motivo, este gerente fue degradado hasta el puesto de portero, lo que le produjo una situación de ansiedad.
Durante su trabajo, Germán cayó de unas gradas, lesionándose la cadera y la pierna, pero nunca acudió a un médico para ser revisado y empezó a cojear.
“Al estar en ese nivel de ansiedad extrema, el trabajador puede accidentarse y sufrir graves daños, pero precisamente por la ansiedad no siente nada”, explica la psicóloga forense Rocío Lorena Cox.
Muchas veces la víctima de acoso solo se da cuenta de los golpes o accidentes por los moretones evidentes.
Cox explica que algunos de los efectos de este trastorno son el temblor, la pérdida de apetito, el desprendimiento de retina y la ruptura de vasos sanguíneos de los ojos, entre otros.
El accidente no atendido derivó en que su lesión se agrave y quede inválido. Desde entonces necesita ayuda de sus familiares para movilizarse.
ESTEFANÍA
El año 2010, el Tribunal de Justicia atendió un caso único en su género. Una religiosa fue víctima de acoso laboral o mobbing tras ser testigo de una relación amorosa entre su superiora y el chofer.
Para evitar que Estefanía la denuncie, la superiora empezó a hostigarla. No le permitía usar el transporte de la institución, no le dejaba realizar las lecturas en la celebración litúrgica, la excluía de los grupos de oración y lectura, hasta que finalmente determinó su encierro y autorizaba su salida solo para el lavado de alfombras.
Inicialmente, esta víctima presentó erupciones en la piel -tipo sarpullidos-luego empezó con problemas en la vista, como el desprendimiento de retina, entre otros.
Su situación de salud se agravó de tal modo que el acoso laboral se puso en evidencia. Tres pericias psicológicas confirmaron los daños ocasionados por el acoso de su superiora.
Este caso fue tan alarmante para la institución religiosa que, según sus abogados, incluso llegó una carta desde el Vaticano sugiriéndole el cambio de congregación.
“Para ella era muy grave que le pidan eso, porque se trataba de su futuro, su vida (...) porque hizo una promesa, un compromiso espiritual. Pensar que debía dejar su vocación fue fulminante”, citó una fuente que pidió mantener en reserva su identidad.
Frente a tanta presión, finalmente Estefanía salió de la congregación y, no teniendo ningún oficio o profesión y más aún estando gravemente afectada en su salud, tuvo que vivir de la caridad de otras personas.
“Las víctimas terminan tan afectadas físicamente que ya no pueden hacer nada por sí mismas, no pueden lavar su ropa, no pueden alimentarse, no pueden moverse ni transportarse”, acota la psicóloga forense.
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