Los profesionales en Psicología Clínica y Forense puntualizan que para que una agresión pueda calificarse como acoso laboral o mobbing debe haber transcurrido mínimamente seis meses desde que se inició el hostigamiento.
En este tiempo se podrá valorar el impacto que dicha agresión provocó en el psicoterrorizado (persona afectada psicológicamente). La principal secuela del hostigamiento y acoso se refleja en el estado de ansiedad elevada.
En esta situación existen evidencias físicas que permiten alertar que el acoso está siendo consumado. Y algunas señales son la pérdida del cabello, los sobresaltos durante el sueño, sarpullidos cutáneos, herpes, afecciones estomacales, inflamación, dolores de cabeza consecutivos, temblor y sudoración.
“En un nivel de ansiedad elevada y constante, el trabajador puede incluso tener un accidente y ya no siente dolor”, cita la psicóloga forense Rocío Lorena Cox Mayorga, con Máster en Psicología Forense, Medicina Legal y Ciencias Policiales.
En el campo social, si el acosador logra la exclusión deseada, la víctima se vuelve asocial, ensimismada, retraída, no tiene relacionamiento social como antes, la susceptibilidad aumenta y asume una actitud de desconfianza permanente, siempre está a la expectativa de alguna ofensa.
“Tiene una actitud paranoica y de desconfianza generalizada. Entonces empieza a actuar con reacciones impulsivas o a la defensiva”, añade la profesional.
Cuando han pasado los seis meses de acoso, la sintomatología afecta de manera general a la vida de la víctima.
“Esta persona nunca más vuelve a ser lo que era”, asevera Cox.
Lo único que puede hacerse es una intervención terapéutica y neurológica para que la ansiedad no afecte más al acosado.
En situaciones extremas, la situación de ansiedad es tan agobiante que puede llevar a la víctima a tomar decisiones fatales como el suicidio, tal como se ha registrado en casos de bullying escolar.
“Lo que yo siento es una ansiedad tal, que pareciera que mi corazón se va a salir por la boca, así como cuando estás en un tobogán o te lanzas de un columpio alto, pero todo el tiempo, y eso te desespera”, cita una víctima de acoso laboral, que prefiere mantener en reserva su identidad.
“Ahora veo lo que me pasa y entiendo lo que sienten los drogadictos y alcohólicos, cuando dicen que no pueden soportar más y quieren matarse”, acota esta víctima.
EN EL TRABAJO
Los daños en la víctima empiezan haciéndose evidentes en la fuente laboral con un lento deterioro de la confianza en sí misma y en sus capacidades. Así se inicia un proceso de desvalorización personal.
Asimismo, el desarrollo de su culpabilidad se traslada a la familia, es decir, es el propio entorno que cuestiona su comportamiento.
En este momento, la víctima cree haber cometido verdaderamente errores, fallas o incumplimientos.
La afectación pasa a una somatización del conflicto a través de enfermedades físicas como el insomnio, ansiedad, estrés, irritabilidad, hipervigilancia, fatiga, cambios de personalidad, problemas de relación con la pareja y depresión.
La inseguridad, torpeza, indecisión, conflictos con otras personas e incluso familiares son parte de esta problemática.
Estas situaciones, en algunas ocasiones derivan en bajas médicas, que serán hábilmente aprovechadas por el acosador.
Cuando la denuncia y la intervención le da la razón a la víctima, el abandono de los amigos y el rechazo por parte de su entorno es una consecuencia de lo que el agresor ha conseguido. Entonces, sus compañeros de trabajo se muestran cansados de la “obsesión” con su problema laboral.
Es así que la “mala imagen” de la víctima, construida por su agresor, se difunde a otros sectores próximos a su actividad laboral.
Con el desenlace esperado por el acosador, de conseguir el cambio de sección, la renuncia o el despido de la víctima, las consecuencias pueden causarle una incapacidad permanente.
En muchos casos, el mobbing persiste incluso después de la salida de la víctima de la empresa, con informes negativos o calumniosos a futuros empleadores, reduciendo así sus posibilidades de empleo.
EN LA FAMILIA
Al vivir en ese ambiente de hostilidad y agresión constante, la víctima descarga muchas veces su estrés y ansiedad con agresividad hacia su familia.
Esta situación aumenta la conflictividad en su hogar, y se evidencia un retraimiento con la familia y amigos. El restablecimiento definitivo de la víctima suele durar años y, en casos extremos, no se recupera nunca.
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