05 enero 2014

Niños trabajadores viven de muertos en el Cementerio

No temen a los muertos. Su vida cotidiana y su fuente de ingresos está muy cerca de los difuntos, en el Cementerio General.

Al menos 150 niños y adolescentes de 7 a 17 años cambian sus horas de juego, recreación o descanso por baldes, toallas, pañuelos y cremas, instrumentos con los que trabajan aprovechando la visita de familias a sus difuntos.

Ellos apenas comienzan a vivir y deben buscar una forma de sustento en el lugar donde descansan los muertos.

El campo santo, donde los niños se pasean entre los nichos y tumbas, es su fuente de empleo los sábados, domingos y lunes. En el caso de algunos el trabajo se extiende durante los siete días de la semana.

La jornada para los pequeños comienza temprano a las 07:00 y termina a las 17:00 horas cuando el Cementerio General cierra sus puertas.

Pensando en un futuro más promisorio, los niños intentan ganar dinero para pagar sus gastos escolares, materiales, ropa y alimento, para ellos y sus familias.

Según Brian, uno de los dirigentes de los niños trabajadores, la mayoría de los pequeños que presta sus servicios en el campo santo proviene de la zona sur de la ciudad.

Pese a vivir en lugares tan alejados, para llegar al cementerio los pequeños realizan viajes largos, de hasta una hora, en transporte público.

TIPOS DE TRABAJO

Dentro del cementerio hay distintos trabajos a los que se dedican los niños.

Todos se inician como aguateros, pero también rezan.

Cuando empiezan a ganar un poco más de dinero pueden comprarse toallas y crema para limpiar lápidas. Se dedican a esta actividad porque les genera más ingresos.

El trabajo dentro del Cementerio General tiene rostro de niño. Solamente existen diez menores mujeres que se dedican al trabajo de llevar agua y sus edades oscilan entre los 14 y 15 años.

Las menores son tímidas y se limitan por lo general a llevar el agua. Las que necesitan más recursos ayudan a las vendedoras a seleccionar y amarrar las flores.

A medida que los niños van creciendo y se convierten en adolescentes prefieren cuidar y lavar vehículos o conforman grupos para tocar guitarra durante los entierros.

Pero su objetivo no es quedarse en el cementerio durante toda la vida. Cuando comienzan a formar su propia familia deciden salir del campo santo y buscar una actividad que les genere mayores recursos.

Las ganancias diarias de un niño que trabaja en el Cementerio General son muy variables.

Existen días en los que los pequeños no ganan siquiera para comprar un plato de comida durante la jornada, pero hay otros en los que obtienen hasta 70 u 80 bolivianos.

DRAMAS FAMILIARES

La mayoría de los niños que trabaja en el Cementerio General proviene de familias numerosas o disgregadas donde el padre o la madre está ausente por distintos motivos.

Ante la falta de recursos para la alimentación y el sustento del hogar son los niños los que deben salir a trabajar para aportar con algo de dinero en la casa.

Existen chicos que salen a trabajar al cementerio con sus hermanos e incluso con sus padres que se dedican a vender flores o cuidar vehículos.

A diferencia de lo que sucede con los otros niños que trabajan en la calle como voceadores, lavadores de autos, y que están en situación de calle, los pequeños del cementerio cuentan con un hogar.

Alejarse del trabajo en el cementerio y lograr una profesión es uno de los objetivos que tiene cada uno de estos niños.

Por ello, el 90 por ciento de los chicos que trabaja estudia en escuelas y colegios diurnos.

Sin descuidar sus estudios, los niños buscan un espacio para trabajar los fines de semana y también aprovechan los feriados y los días que no tienen clases para ganar un dinero extra.

HISTORIA

Limpia y hace brillar lápidas. Lleva agua para los floreros y también reza cuando se lo piden.

Este niño de diez años, así como muchos otros, ha encontrado en los pasillos del Cementerio General un sustento económico para sí mismo y su familia. De lunes a viernes estudia y el fin de semana cambia los libros por sus implementos de trabajo.

Empezó a trabajar después de que su madre murió, en agosto de 2012. Johnny Padilla tiene diez años, asiste al cuarto básico de la escuela Ángel Honorato- de lunes a viernes- y los fines de semana llega hasta el Cementerio General para limpiar y hacer brillar lápidas.

Es de contextura delgada, tiene el cabello corto y está siempre presto a brindar sus servicios a quienes se lo solicitan.

"Me lo llevas agüita", le pide una mujer de mediana edad. Johnny se incorpora rápidamente del banco en el que se encuentra sentado y se pierde entre el gentío que circula por los pasillos del campo santo.

El padre de Johnny -relata- viajó intempestivamente a La Paz, el año pasado. El niño vive con su hermana María Rosa, de 13 años, su prima Rosalía Verduguez, de 19 años, y su sobrina.

APUNTES EN POCAS LÍNEAS

Benito sueña

con ser policía

"Quiero ser policía cuando sea grande, para ayudar a la gente y porque es divertido".

Ese es el sueño de Benito Colque, de 10 años, quien atraviesa gran parte de la ciudad para llegar hasta el Cementerio General, donde trabaja con varios de sus amigos de barrio.

Desprotegidos ante cualquier accidente

Como en cualquier fuente laboral, los chicos del Cementerio General no están exentos de sufrir accidentes.

El año pasado dos pequeños se cayeron de las escaleras mientras realizaban el trabajo de pulido de lápidas.

Ante este tipo de emergencias no tienen ninguna protección.

René mantiene

a su familia

René es de tan solo 10 años y tiene, a su corta edad, la responsabilidad de trabajar para ayudar en el sustento de su familia.

Hace unos meses sus padres se separaron, él se quedó con su madre y su hermana de dos años.

Horas trabaja Daniel en el campo santo

Desde hace más de un año, las jornadas de fin de semana comienzan para Daniel, de 11 años, a las seis de la mañana.

Él debe levantarse temprano para ir a trabajar al Cementerio General. El dinero que gana le sirve para la compra de materiales y recreos de la semana, además de ropa.

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