03 enero 2016

Los amarillentos informes de trabajo de mi papá podrían aplicarse actualmente

No me había atrevido a mirar su contenido. Casi 13 años después de la muerte de mi padre había una caja de sus documentos que no podía tocar. Temía hurgar en ella por miedo a que la congoja latente se disparara como una trampa para osos.

Pero este año, al llegar la Navidad, su ausencia en las reuniones familiares fue más aguda que nunca, y me obligué a abrirla. En ella había un relato de su vida laboral. Él resumió la devoradora naturaleza del trabajo: "A veces me pregunto si hago algún trabajo. Pero igual me pregunto si hago alguna otra cosa”.

En este libro inédito, describió su carrera desde la década de 1960 a los años 1990, por largos tramos empleado por periódicos nacionales para reportar sobre los sindicatos, huelgas motivadas por cambios industriales, pérdidas de empleo, y tecnología. Los cambios en el empleo fueron más que personales cuando se le consideró redundante y comenzó a trabajar como periodista independiente.

El borrador de mi papá fue un notable recordatorio sobre cuán central para su identidad era el trabajo. Yo sabía que el trabajo era importante para él, por supuesto. De adolescente me aburría con sus relatos de haber conocido a este líder sindical, o aquel político. Me parecía tan aburrido como mi propio trabajo va a ser para mi hijo. Sin embargo, su entusiasmo penetró de algún modo mi cinismo adolescente y seguí sus pasos hacia el oficio del periodismo.

Estaba lejos de estar solo en ser consumido por el trabajo. Pero su verdadero significado le impactó durante los períodos de desempleo, como lo es para otros. Habiendo escrito sobre los recortes y la "marcha hacia delante de la industria” como corresponsal, a mi padre le asaltaron sus duras realidades cuando se convirtió en una de sus víctimas. "Ningún hombre es una estadística para sí mismo”, escribió. Estar sin trabajo lo puso a la deriva; la ociosidad forzada le provocó ansiedad. Era parcialmente sobre el dinero; tenía que apagar las luces para ahorrar electricidad, tropezando sobre zapatos abandonados.

Pero también le planteó cuestiones existenciales. ¿Quién era él cuando no estaba trabajando? Confesó -por escrito- haber sufrido estados anímicos extremos que nunca había experimentado. Las buenas noticias más leves lo regocijaban más allá de la razón; el aroma de las malas lo deprimían inmensamente.

La importancia del trabajo

Parece que el significado del trabajo -como expresión de creatividad y autorrealización- se volvió aún más importante desde los días de mi padre. David Frayne describió en su libro, The Refusal of Work (La negación del trabajo), una ética moderna que enfatiza la importancia de la personalidad en el lugar de trabajo. "Ser uno mismo” y "divertirse” están a la orden del día.

Los verdaderos testigos

Después de leer la autobiografía de mi papá le pregunté a Sherry Lee Linkon, profesora de inglés en la Universidad de Georgetown, por qué estudia relatos de trabajadores estadounidenses. Hay una riqueza, observa ella, en estos relatos y memorias. Mientras que los científicos sociales y los economistas analizan cómo está cambiando el trabajo, es sólo a través de las voces de los trabajadores mismos que podemos entender en su totalidad cómo se sienten esos cambios.

Además de describir los cambios, tales relatos dan una perspectiva de nuestras preocupaciones profesionales y las convulsiones en el lugar de trabajo. Lo que me impresiona al leer el relato de mi papá es lo contemporáneos que parecen algunos problemas.

Nos dicen que vivimos en una era de disrupción, sin embargo nuestros predecesores también sentían el disturbio tecnológico. La descripción de mi padre acerca de los cambios en la producción impresa se podía aplicar a la mayoría de los empleos de nuestros días: "La nuevas tecnologías dirigidas por las computadoras eran más despiadadas que ninguna innovación anterior. Revolvían el sistema tradicional de producción y aplastaban todas las relaciones de trabajo... En todas partes las computadoras ganaron”.

La locura de los anuncios de trabajo y sus demandas se pueden leer como si hubieran sido escritas hoy. Mi papá estaba desconcertado por su jerga. "¿Por qué todos los trabajos son ‘oportunidades únicas’, que requieren ‘profesionales de alto calibre’ con ‘historiales probados’, para trabajar en empresas que son ‘líderes’ en su campo, a veces en el mundo entero? ¿Por qué todas están ‘disfrutando un crecimiento sin precedentes’, o un ‘crecimiento exponencial’?”

Estaba fascinado por una oficina compartida para los trabajadores independientes en Londres.

Alegar que las "economías compartidas” y los espacios compartidos de trabajo -como WeWork- son nuevos
parece hiperbólico desde esa perspectiva. Al igual que la nueva economía "gig” y la marcha de los trabajadores independientes: mi padre se inquietaba por reunir contratos y buscar trabajo, mucho antes de la Generación Y.
Un perdurable aspecto del trabajo es la queja sobre las frustraciones cotidianas. Mi papá reflexionaba que aun durante su "edad de oro” -cuando tenía un trabajo que le encantaba y que parecía permanente- encontraba "docenas de malestares y quejas que le hacían protestar”. Era más que posible, notaba, que eventualmente vería a los años 1990 como su nueva edad de oro. ¿Será quizás ése el problema con las edades de oro?

Sólo son aparentes cuando ya han pasado.

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