Con el paso de los años el hombre fue desarrollando sus habilidades de manera continua y diversa para generar el sustento diario. Así empezaron a surgir la gama de trabajos que conocemos en la actualidad, los que en su mayoría giran en torno de la industria, la tecnología y los requerimientos cotidianos de la ciudad.
Así nacieron lo que actualmente conocemos como “oficio”, que no es otra cosa que un trabajo físico o manual que se adquiere sin necesidad de estudios teóricos sino de mucha constancia y práctica. En algunos casos las personas que prestan este servicio se encargan del aspecto visual de la población o brindan soluciones eventuales a requerimientos domésticos como la creación de herramientas de agricultura, arreglo de prendas de vestir, como es el caso de los zapateros, modistas, ebanistas, marroquinerías, herreros, bicicleteros y otros.
Gracias a su labor estas personas se fueron posesionando paulatinamente dentro de la sociedad, hasta lograr hacerse imprescindibles.
Muchos de estos oficios fueron pereciendo o fueron reemplazados por artefactos impuestos por la modernidad, el desarrollo y el ingreso pujante de la tecnología; otros simplemente decidieron realizar un leve cambio o adaptación, en comparación de sus antecesores, y en el fondo mantienen el sentido práctico de su misión, es decir que mantienen la esencia de su labor.
Estos oficios tienen establecida su clientela, saben que de cuando en cuando llega a su taller para solicitar sus servicios, saben y están seguros de la calidad de su trabajo y del servicio que brindan y por ello aún están en el ramo.
Este reportaje narrará la historia de vida de algunos de estos personajes, cuyos oficios se mantienen vigentes en el tiempo y aún se niegan a dejar su herramienta de trabajo para continuar con su oficio de toda una vida.
GOLPE A GOLPE
El taller de Víctor Zambrana Calderón, herrero de oficio, con más de 50 años de actividad, se encuentra ubicado en la calle Lanza entre Ecuador y Venezuela Nº 362. Está instalado en una habitación de tres metros de ancho por cuatro de largo, donde predomina el ambiente caluroso y un aire casi irrespirable, como consecuencia de la alta temperatura que genera el fogón artesanal, que no deja de ser atizado. Este fogón recibe los pedazos de carbón por la compuerta superior, con la finalidad subir la calda del fogón para que éste a su vez logre colocar a rojo vivo al metal que descansa sobre las brasas.
Las paredes de la habitación también parecen ser testigos de la larga jornada del herrero, ya que por una parte las marcas del carbón se fijan sobre ella y por otra todos los elementos que allí descansan se cubren de una capa de hollín. En las esquinas del cuarto se acumulan los restos de material que sobran de las grandes tareas, que algún momento volverán a ser requeridos. A un lado sobre una mesa de madera están las herramientas de trabajo. Todo engrana en medio de un caótico desorden.
Víctor toma con una pinza de metal una de la barras incandescentes del fogón para comenzar a propiciarle algunos golpes, mientras relata que él aprendió el oficio a sus 10 años, porque se había convertido en la cabeza de la familia debido al deceso de su abuelo.
“Desde siempre amé este oficio, será porque mi abuelo lo realizaba con tanto cariño que yo también comencé a amar el hierro; y así, golpe a golpe moldeé mis primeras piezas de metal y me convertí en lo que soy”, relata Víctor mientras sigue propiciando una serie de golpes fuertes sobre el metal con un martillo de hierro, hasta dar curvatura al metal. En este momento el esfuerzo es visible ya que gruesas gotas de sudor comienzan a caer de su frente y su respiración se hace cada vez más profunda. “No hay nada que no pueda realizar. El metal es un elemento muy noble que permite dar rienda suelta a la imaginación y la creatividad” sostiene Zambrana mientras recupera el ritmo de su respiración.
Las puertas del taller están abiertas desde las seis de la mañana y a veces, cuando la jornada de trabajo augura ser larga, ya tiene algún cliente esperando ser atendido. Víctor no sabe a ciencia cierta la estadística de trabajos que realiza, pero si sabe que esta actividad le permitió formar su hogar y mantener a sus seis hijos.
Según este orgulloso herrero el trabajo es vida y mientras tenga vida y pueda sostener el martillo en manos aún seguirá trabajando con el acero.
PRECISIóN Y DESTREZA
Como todos los días, desde sus 15 años, Jorge Zelada ahora con 66 años, sale al patio de su taller para atender a su escasa clientela. Jorge ahora ya tiene la piel arrugada, el cabello canoso y las manos ultrajadas por la edad, pero aún así se inclina a trabajar sobre una bicicleta de niñas, que al parecer tiene el eje desalineado. Ahora le cuesta trabajo agacharse más sobre la bici debido a un viejo dolor de espalda que le aqueja por los años de oficio; mientras gira la rueda y ajusta los pernos con una llave especial, relata que su taller funciona desde hace 15 años en la acera sur de la plazuela Quintanilla, pero ya antes trabajaba en otros talleres. Su amor por este oficio surgió cuando la bicicleta era el medio de trasporte más utilizado por la sociedad y por tanto éste debía funcionar cual reloj suizo.
“Por mis manos pasaron una infinidad de marcas, entre las que destacan Hércules, Raleich, Pilliphs, Humber y otros... cuyas máquinas eras perfectas; pero la llegada de la motocicleta empezó a reemplazar a este medio de trasporte y con él las solicitudes de trabajo fueron disminuyendo, aunque siempre llega algo para reparar”, afirma Zelada.
Este taller funciona al aire libre, bajo un árbol añejo de Santa Rita, que escasamente puede dar sombra y en un cuarto contiguo guarda las piezas que quedan de otros modelos y que le ayudan a reparar algunas bicicletas modernas. Este orgulloso trabajador afirma que su noble labor le ayudó a criar sus seis hijos, pero que este 2011 será el último de su oficio, puesto que ya siente el peso de los años y que ya debe descansar.
Hilván y tijera
Antonio Condori es el propietario de la sastrería “Artur” ubicado en la calle Ecuador No. 266 casi esquina Lanza, asegura que se encuentra dentro del oficio desde 1971, tiene 40 años de actividad. “Cuando empecé a trabajar, mi maestro era muy exigente y me enseñó todos los secretos del corte de tela, el hilvanado y la fina costura de la tela; y es así cómo sigo procesando mis trajes, porque considero que un traje bien hecho debe durar toda una vida”, afirma Condori.Este sastre recuerda que anteriormente este oficio no sólo estaba regido por la confección de ternos de dos piezas, sino que el vestuario del varón también estaba compuesto por sacones, gabardinas y abrigos, “actualmente el hombre es más simple al vestir y este tipo de prendas sólo las confecciona a pedido para lucirse en las ciudades de La Paz y Oruro; aunque también tiene algunos pedidos de algunos clientes de esta ciudad. Entre las piezas más significativas del taller se encuentra un maniquí tradicional y la plancha; objetos que se convierten en su aliado para realizar exitosamente su oficio cotidiano. “Este trabajo es como cualquier otro, puesto que hay que entregarse por completo para ser el mejor”, concluye.
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