El cabo Cristóbal Roque Alana (48) desempeña funciones en la Unidad de Bomberos como rescatista de cuerpos y de personas con vida en casos de accidentes de tránsito hace 10 años.
Descubrió su verdadera vocación de rescatista luego de trabajar en la Unidad Táctica de Operaciones Policiales, en el Organismo Operativo de Tránsito y en la cárcel de San Sebastián.
A pesar de estar expuesto a enfermedades por la descomposición de los cuerpos y a accidentes en zonas peligrosas donde debe hacer el rescate, la satisfacción que siente al salvar vidas de personas en peligro ha llenado su vida y asegura que permanecerá en este trabajo hasta que sus fuerzas se agoten.
Entre algunos de los trabajos de rescate que ha realizado Roque Alana destacan el accidente de la Flota Dorado, ocurrido hace tres años y donde al menos 40 personas perdieron la vida.
“Vi a gente que estaba con sus órganos regados por todo lado, sin manos, sin pies. Era muy duro y uno tiene que tratar de acostumbrarse a esa situación porque en todos los accidentes es igual”.
Su trabajo le genera sentimientos de tristeza cuando tiene que rescatar cuerpos, y felicidad cuando logra sacar a personas atrapadas en los vehículos que todavía están vivas.
En su tarea de rescate nunca tuvo un accidente al tratar de salvar vidas, pero hubo un incidente que le generó mucho miedo.
“Me llamaron para rescatar un cuerpo de una persona que fue asesinada y arrojada en la carretera a Santiváñez. Cuando la puse en la camilla y me di la vuelta me golpeó con el brazo, en ese momento sentí mucho miedo. Es un caso que no olvido hasta ahora”.
Su familia se siente orgullosa del trabajo que él realiza, y cuando sus hijos se enteran de algún rescate al que asistió están atentos a las noticias para verlo en la televisión y en los periódicos.
CONTRA EL FUEGO
Al igual que Roque Alana, el sargento Juan Salomón Mamani (27) cuenta con 10 años de experiencia en la Unidad de Bomberos y es especialista en prevención y apagado de incendios. Es el bombero más antiguo de esta unidad y se ha destacado en la especialidad de apagado de incendios a los que ha acudido a llamados en los que había personas en riesgo, como el ocurrido hace tres años en un departamento de las Torres Sofer, y hace unos seis años en una colchonería de la avenida Villazón.
Varias veces se ha expuesto al fuego por tratar de salvar la integridad de personas con peligro de quemarse. Para fortuna de él, en todos los muchos casos que atendió salió sano y salvo.
El evento que marcó su vida laboral fue el incendio de la colchonería en la avenida Villazón, pues tuvo que ayudar a dos de sus colegas que se intoxicaron por tratar de apagar las voraces llamas.
“Recuerdo que era un sábado cuando estaba por anochecer. La mezcla de los químicos que desprendían los colchones quemados con el agua hizo que dos de mis compañeros sean trasladados a un hospital, sus vidas estaban en riesgo y eso es algo que nunca olvido”.
Mamani, además de ser Bombero, aprovechó su tiempo para estudiar la carrera de Derecho de la que se graduó el año pasado. Dedica sus 48 horas de descanso que tiene en la Unidad de Bomberos para hacer algunos trabajos jurídicos.
Aunque no ha formado una familia y todavía vive con su padre y su madre, Mamani está consciente que su trabajo es muy arriesgado y por eso durante 10 años ha recibido capacitación en todo el país para tratar de evitar accidentes en el desempeño de sus funciones.
“Me encanta ser bombero por eso he buscado la especialización en todo el país y he pedido mi permanencia en esta Unidad desde que me gradué como policía”.
CONSTRUYENDO CASAS
Otro de los rubros riesgosos para el trabajador es el de la construcción. Moisés Martínez (49), oriundo de Oruro, trabaja hace 24 años construyendo casas, edificios y haciendo refacciones. Este oficio lo inició desde que era muy pequeño en la ciudad de La Paz, pero en su adolescencia decidió dedicarse más tiempo a esta área estudiando todo lo relacionado a la albañilería.
Hace 22 años llegó a Cochabamba, por la baja demanda que había en esa época de la construcción, probó con la producción de flores en la zona de Tiquipaya, sin embargo, su pasión por la albañilería lo llevó nuevamente a tratar de buscar trabajo en ese rubro.
Fue así que desde que radica en el departamento trabajó en algunas obras pequeñas y luego ingresó a Coboce Construcciones.
Durante sus 24 años de oficio en la construcción, Martínez ha tenido solamente un accidente: cayó de un segundo piso de una edificación.
“Reconozco que yo no tuve las precauciones que se debe tener en una obra y me caí desde el segundo piso cuando trasladaba un material. Me lastimé la espalda y no pude trabajar por una semana”.
De manera contraria a dejar su labor por la caída que afectó su salud, Martínez se sintió apoyado por su familia y sus compañeros, por lo que decidió retornar nuevamente a las obras para tratar de mantener a sus cuatro hijos.
“La caída no fue un obstáculo para mí, aprendí de eso y salí de nuevo adelante. Ahora sé que me puede volver a pasar lo mismo en cualquier momento, por eso trato de ser mucho más cuidadoso”.
Pero, no solamente los accidentes laborales afectan la salud de los obreros de construcción, sino también el polvo que deben aspirar y el clima que deben soportar para realizar su trabajo.
“El albañil se sacrifica mucho para hacer una casa o un edificio. Para contrarrestar todo eso solamente nos apoyamos en una buena alimentación que nos haga soportar el cansancio”.
Martínez inicia su trabajo todos los días a las 8:00 horas y lo culmina a las 18:00 horas. Solamente tiene una hora de descanso para almorzar al mediodía, pero asegura que su trabajo es bien remunerado y lo valora sobretodo porque le permite mantener a su familia y sacar adelante a sus hijos.
Para él lo más importante de su oficio es la entrega de las obras. Manifesta que cuando una casa o edificio está terminado los propietarios le “pagan” con la sonrisa, una muestra que llena su alma y le da fuerzas para seguir trabajando en el oficio que comenzó hace más de dos décadas.
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