Marisol Mamani no tiene más de cinco años, pero ya conoce, de cerca, el rigor de la vida y sobre todo, el acecho de la muerte.
Junto a sus hermanos, Pedro y Luis, de 12 y 10 años de edad, se dirigen con picota y pala al hombro hacia la carretera que vincula los departamentos más ricos que tiene el país: La Paz, Cochabamba y Santa Cruz.
Sobre la carretera y en medio de buses panorámicos de gran altura, camiones de alto tonelaje, pero también automóviles de lujo, Marisol y sus hermanos, extienden la mano todos los días, esperando que los propietarios de los rodados y los pasajeros de omnibuses arrojen monedas que “ayudarán a comprar pan y llevar a casa algo para comer”, habla Pedro, el mayor de todos, mientras pasa rosando en medio de Marisol, un tráiler de al menos 1.500 toneladas llevando, paradójicamente, víveres.
TRABAJO Para convencer que se merecen cada centavo que solicitan, los niños decidieron arreglar la carretera.
Como la Administradora Boliviana de Carreteras (ABC) no desplaza personal técnico para realizar mantenimiento rutinario al tramo que vincula Cochabamba y La Paz, los pequeños suplen estas faenas a riesgo de sufrir accidentes y ser arrollados por el intenso tráfico vehicular que existe en el camino.
Cargados de piedras y arena, los niños tapan los huecos que existen por el deterioro y las lluvias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario