02 mayo 2016
Casi la mitad de los bolivianos doblan turno en malos empleos
Liz no tiene tiempo para festejar. Hoy, el 1.º de mayo, en el Día del Trabajo, se levantará más tarde de lo habitual, jugará con Ximena, su hija de dos años y medio toda la mañana y al mediodía, no se le antojará cocinar. Comprará algo rico de la pensión de su barrio y, cuando el reloj marque la una de la tarde, se apoderará de la lavandería de la casa de su madre para dejar limpia toda la ropa que ella y su hija ensuciaron durante la semana.
Terminará al final de la tarde, cuando el sol ya no caliente lo suficiente como para secar lo lavado. Mañana, después de que Ximena cene, se bañe y se duerma, Liz comenzará a planchar, doblar y guardar toda la ropa lavada. Terminará a la medianoche, cuando ya lleve 18 horas de trabajo.
Liz es empleada en una empresa que le vende su fuerza laboral a otras empresas más grandes. Por ocho horas de limpiar escritorios, trapear pisos y lavar ventanas, recibe un salario de Bs 1.656, el mínimo establecido por la ley. Para llevar Bs 1.000 más a la casa, debe doblar turno, trabajar cuatro horas más en otra empresa. Pese a que lleva cinco meses cumpliendo ese ritmo, Liz no tiene contrato laboral, seguro de salud ni aporta para su jubilación a las AFP.
Cuando el presidente Evo Morales anunció que el salario mínimo ascendería hasta los Bs 1.805, Liz preguntó a sus jefes si mejoraría su sueldo. La respuesta fue sí, pero de aquí a tres o cuatro meses y que el incremento no será retroactivo a enero.
Como Liz, según el Informe Nacional de Desarrollo Humano, el 43% de los bolivianos debe doblar turno -trabajar más de las 48 horas semanales- para escaparle a la pobreza extrema.
No todos lo logran. Según Bruno Rojas, experto en temas laborales del Cedla, dos de cada diez trabajadores ganan por debajo del mínimo nacional y por lo general son jóvenes, no han salido bachilleres y trabajan como aprendices o como obreros de empresas informales.
‘Pato’ es uno de ellos. Bajito, fornido, risueño, escapó de los maltratos de su casa a los siete años y comenzó a cuidar autos en la plazuela del Cementerio. Allí lo rescató un cochabambino al que considera su hermano mayor. Lo terminó de criar junto a otros tres niños que aprendieron que tocar guitarra, requinto o zampoña daba mejores propinas que cuidar autos. Así conoció a su mujer.
Cuando ‘Pato’ se enamoró, decidió cambiar de rubro. Se enfundó en un traje de seguridad privada y se empleó como guardia de uno de los hombres más ricos de Santa Cruz. Ahora vigila su portón, pero el millonario le paga apenas Bs 1.500, no lo ha inscrito a las AFP ni le da seguro de salud. Si no fuera por un crédito de Bs 20.000 que sacó con su esposa para montar una tienda de ropa, no podría mantener a sus dos hijos y mucho menos llegar a fin de mes. ‘Pato’ destina parte de su sueldo a pagar los Bs 600 de alquiler de la casa donde vive por el Plan 4.000, y cuando su jefe se atrasa con el pago, como este mes, teme que lo desalojen. “Por suerte mi suegra nos ayuda. Ella ha prometido que nos ayudará a comprarnos una casita”, dice, risueño.
Brechas y aumentos
Hoy, los trabajadores afiliados a la Central Obrera Boliviana esperan marchar junto al presidente Evo Morales, reafirmar su compromiso con el proceso de cambio y celebrar los 10 años de la nacionalización de los hidrocarburos. Así lo anuncia Rolando Borda, secretario ejecutivo de la COD de Santa Cruz. Tal vez el presidente hablará sobre que la tasa de desempleo es de apenas un 3,2%, una de las más bajas de la región; que el salario mínimo creció de Bs 500 a Bs 1.805 desde que está en Palacio Quemado. Quizá informará de que eso representa un incremento del 361% y que se han aprobado infinidad de leyes a favor de los trabajadores.
Sin embargo, todo eso no logrará cambiar una realidad que el mismo Borda admite: el mínimo nacional no alcanza para cubrir los gastos de una Canasta Normativa Alimentaria. Es más, según Bruno Rojas, el 60% de los trabajadores bolivianos no logra pasar este umbral, fijado en Bs 2.331. Una Canasta Normativa Alimentaria son los ingresos mínimos que una familia de cinco personas necesita para no caer en la desnutrición. Solo toma en cuenta lo que cuestan los alimentos mínimos requeridos según los parámetros de la Organización Panamericana de la Salud.
Si se pone la vara más alta y se pretende que el salario alcance a una canasta básica familiar (alimentación, salud, educación y transporte), el salario mínimo palidece. Debería escalar hasta los Bs 5.440.
Hasta esa cota no llegan ni siquiera los sueldos promedio de los profesionales hombres y no indígenas en Santa Cruz de la Sierra, los salarios promediados más altos del país, según el informe de Desarrollo Humano. Si la pretensión es que el sueldo llegue a las cotas del salario básico real calculado por la COB en 2011, entonces el flamante salario mínimo alcanza a cubrir solo el 21% de lo que aspiraban los obreros bolivianos hace cinco años.
“Desde 2001, la tendencia es una creciente pérdida de calidad del empleo”, resume Rojas.
“Es una realidad, pero sería bueno que los señores analistas se acuerden de esto durante el tiempo de negociación para el aumento salarial. Ahí se tiran en nuestra contra, dicen que vamos a matar a las empresas. Si miramos hacia atrás, antes de 2005 no teníamos aumentos salariales”, retruca Borda, que fue candidato a gobernador de Santa Cruz por el MAS.
País de informales
Hay algo que ha permanecido casi inmóvil en las últimas décadas en el mercado laboral boliviano. En las ciudades, seis de cada diez empleos actuales son producidos por negocios informales. Incluso cuando se mira de cerca a las 274.456 empresas registradas hasta febrero de este año en Fundeempresa, ocho de cada diez eran unipersonales. Es más, según datos del INE, la mitad de la población económicamente activa es cuentapropista.
Sin embargo, pese a esto, Bolivia ha pasado, en la última década, a ser un país de ingresos medios. Esto quiere decir que más de la mitad de su población (28,1% estrato medio y 36,9% en estrato medio vulnerable), superó los límites de la pobreza.
Pese a que el salario promedio informal (Bs 2.636, según el IDH), es 14% menor al formal (Bs 3.067), los cuentapropistas han ayudado al país a salir de la pobreza. Eli es una muestra de ello. Bajita, juguetona, trabajadora, ha construido su mundo en un espacio de cuatro metros cuadrados en una esquina de un mercado en Santa Cruz de la Sierra. Desde las siete de mañana, Eli prepara jugos, hace empanadas de pollo, vende salteñas, corta la fruta en pedacitos y las rocía con jugos recién hechos e improvisa sándwiches de pollo con una pisca de sal.
Al día, después de reponer el inventario, logra una ganancia de Bs 300, que comparte con su ayudante. Dice que sus ‘fans’ creen que tiene 30 años, que desde hace 18 tiene el puestito, que con este trabajo logró comprarse una casita en el sexto anillo de la zona norte de la ciudad y que no tiene a nadie con quién compartirla porque de tanto de trabajar no tuvo tiempo ni de casarse ni de tener hijos. Con más de 12 horas de trabajo, Eli gana un poco más que un profesional cruceño que prefiere la familia y las jornadas de ocho horas. Ninguno sonríe como ella.
Tampoco tienen los ojos de Tatiana, cosmetóloga de 27 años que ha pasado la mayor parte de su vida en el salón de su madrina. Allí se están criando sus tres hijos. Ella es jefa de hogar y los Bs 3.500 que gana en los meses bajos le alcanzan para mantenerlos. En los meses altos, de agosto a diciembre, le da incluso para ahorrar. “Eso sí, es jugando pasanaku, porque no sirve tener la plata en la mano”, dice la mujer de ojos grandes, bien delineados, pero que tiene la uñas desteñidas: las manicuristas no pueden tener las uñas pintadas, porque usan acetona para quitar el esmalte viejo a sus clientas.
Eli prefiere ahorrar por sí misma para la vejez; Tatiana también. A ninguna le interesa afiliarse voluntariamente a las AFP porque no confían en que su dinero las estará esperando cuando tengan edad de jubilarse.
Tampoco les apetece seguir los trámites engorrosos que escuchan de los que sí tienen renta de vejez. No son la excepción, sino la regla en el país. La seguridad de corto y largo plazo aún no alcanza a la mayoría de los bolivianos. Según el IDH, las AFP cubren al 19% de los trabajadores y el seguro de salud llega al 28% en las tres áreas metropolitanas que aglutinan a casi la mitad de la población del país (Santa Cruz, La Paz y Cochabamba).
Eso provoca que los ancianos, las personas que han trabajado toda su vida y deberían estar jubilados, sean el otro grupo que, como Liz, deban doblar el turno para ganar un poco más que el salario mínimo nacional.
Mario nació hace 62 años en Vallegrande y tiene los bigotes blancos. Hace cuatro meses consiguió trabajo como guardia en una de las calles de Urbarí y entre lo que le da cada casa junta Bs 2.200.
Eso le ayuda a parar la olla para él y su mujer. Esta noche, Mario se ve más ancho de lo que es. Tiene un buzo debajo del uniforme para que el invierno prematuro no se lo lleve y, cuando la noche avance, armará el bolo para espantar el sueño. Cometerá un pecado que puede ser mortal: fumará tres o cuatro cigarrillos. Tiene la presión alta, por eso tuvo que dejar su trabajo como obrero de alcantarillado. Le gustaría descansar, dejar de trabajar, disfrutar de la vejez, pero la gente como él, que nunca conoció aportes para la jubilación ni seguro de salud, trabaja hasta que le llega su hora. Hoy, 1 de mayo, ese es el destino de ocho de cada diez trabajadores bolivianos
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