30 mayo 2016

La precaria economía de sus familias les obliga a trabajar en las calles

Sortea con agilidad los vehículos que están en fila sobre la avenida Blanco Galindo para ofrecer su trabajo como limpiador de parabrisas. Algunos conductores aceptan de buena gana su servicio, pero otros ni le permiten acercarse a sus movilidades.
Agustín tiene 10 años y es de contextura delgada. Viste un corto de color negro y una solera café. Se encuentra en la avenida Blanco Galindo, en el kilómetro 5 y medio.
Tiene entre sus manos un limpiavidrios y varios trapos. En un costado están sus dos baldes con agua, uno de ellos lleva detergente en polvo.
Trabaja como promedio tres días a la semana, de tres a seis de la tarde.
Agustín vive en la zona de Ironcollo, aproximadamente dos kilómetros al norte de Quillacollo, con sus siete hermanos y sus dos padres.
El niño asegura que la situación económica en su hogar es difícil, por lo que decidió trabajar como limpiaparabrisas, motivado por uno de sus compañeros de la escuela, Ramón.
Cuando tiene suerte lleva a su casa 40 bolivianos. Este dinero -explica- se lo entrega a su madre para que ella compre abarrotes y carne. El mayor de sus hermanos, Joaquín, de 16 años, se dedica a realizar malabarismos en el kilómetro tres de la avenida Capitán Víctor Ustáriz.
En seis meses de trabajo ahorró 300 bolivianos, al margen del dinero que le entrega a su madre. Cuenta que hace dos semanas fue a La Cancha para comprarse ropa: un pantalón, varias poleras y unas zapatillas deportivas.
Cuando sea grande, Agustín quiere ser odontólogo “para curar las caries de todos los niños y para que ellos no sufran de dolor”.
¿Qué piensa del trato que recibe de los adultos?
Afirma que algunos “son buenos”, porque le dejan acercarse a sus movilidades y le dan algunas monedas, pero otros son malhumorados y hacen funcionar sus parabrisas cuando él se acerca.
A las seis de la tarde, cuando el sol está a punto de perderse en el horizonte, Agustín agarra sus dos baldes, acomoda dentro de ellos los trapos que utiliza para su trabajo y levanta la mano para hacer detener uno de los minibuses que lo llevará hasta Quillacollo.

VIVE CON SU ABUELO
Recuerda vagamente a sus padres, por las fotografías que guarda en su vivienda de Cerro Verde.
Lucio, de ocho años, vive con su abuelo desde diciembre 2012 en una construcción de dos cuartos y una cocina, que su padre, albañil, hizo antes de partir para España.
Este niño se dedica a limpiar parabrisas en la avenida América cerca del IC Norte, junto con dos amigos que conoció en este mismo sector.
El dinero que recauda diariamente lo utiliza para ir al internet, comprarse ropa y darse alguno que otro gusto.
Lucio cuenta que su padre envía dinero todos los meses a su abuelo, desde España, para su alimentación, útiles escolares y hacer arreglos en su vivienda.
Se le ocurrió trabajar en la zona norte de la ciudad, porque sus amigos le aseguraron que ahí los conductores dan mejores propinas.
Este niño estudia en la tarde, por lo que llega hasta la avenida América a las 10 de la mañana y permanece en el lugar hasta cerca del mediodía.
Su intención, en un futuro no muy lejano es dedicarse a los malabares porque quiere ganar más dinero y ser admirado por la gente.
Otra de sus metas es aprender magia para asistir a cumpleaños y divertir a niños y adultos.
POBREZA
Los niños salen a las calles a trabajar porque en sus casas hay condiciones extremas de pobreza y provienen de familias numerosas, afirmó la directora ejecutiva nacional de Defensa de Niñas y Niños Internacional (DNI), Rina López Villarroel.
Relató el caso de un niño de 12 años que trabajaba y, por lo tanto, llevaba sobre sus espaldas el rol que deberían cumplir los progenitores.
“Este niño trabajaba durante todo el día en un taller de mecánica y no tenía tiempo para estudiar”, manifestó.
Recordó que un niño puede trabajar, siempre y cuando sea en el hogar, como parte de su educación, o en tareas de agricultura en el área rural, en apoyo a sus padres, pero siempre bajo la supervisión de un adulto.
López añadió que los niños no deben realizar trabajos nocturnos, porque eso va en detrimento de su salud.

Son diestros en matemáticas

Los niños que trabajan en el mercado Villarroel de la avenida América, como carretilleros, son diestros en matemáticas y bastante sociables, señaló la directora ejecutiva nacional de Defensa de Niñas y Niños Internacional (DNI), Rina López.
Según la observación realizada por DNI, en el mercado Villarroel hay por lo menos 15 niños carretilleros que trabajan los fines de semana en este espacio, al norte de la ciudad.
López afirmó que estos niños no abandonan la escuela y, al contrario, según el seguimiento que se les hizo en sus unidades educativas, ellos tienen buen avance en las materias de matemáticas y lenguaje.
“Hablan con mayor solvencia con los adultos porque están en contacto cotidiano con ellos”.

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