Solo requieren de 20 segundos para presentar su espectáculo. Richard, de 10 años, y Juan Carlos, de 11, hacen malabares en la intersección de las avenidas América y Melchor Pérez de Holguín. Utilizan tres palos chinos, con trapos en las puntas, en las que prenden fuego.
Cuando el semáforo se coloca en rojo, los dos niños que se encuentran sentados en la jardinera central se ponen de pie, como impulsados por resortes, se dirigen con presteza hasta el carril central de la vía y empiezan una de sus rutinas. El menor, Richard, se coloca de cuatro patas y Juan Carlos se equilibra sobre su espalda para hacer malabares con las tres antorchas.
Juan Carlos realiza con precisión esta rutina, casi de memoria. Cuando el semáforo está a punto de cambiar a verde, se baja de la espalda de su primo, apaga el fuego de las tres antorchas y se dirige, con la mano extendida, hacia los autos que empiezan a circular por la vía.
Sus menudas figuras, de no más de 1.30 de altura, se pierden entre los vehículos que circulan por esta avenida, de oeste a este, y aprovechan un espacio que hay entre los autos para salir a la jardinera, dando un ágil brinco.
"Algunos días tenemos suerte", afirma Juan Carlos, el niño de once años, tras recibir una propina de uno de los ocasionales espectadores. Con una sonrisa que delata su satisfacción muestra la moneda de cinco bolivianos que acaba de entregarle el conductor de un vehículo particular. Llega hasta la jardinera e introduce el dinero en una botella de plástico que está cortada por la mitad. En este recipiente hay querosén que utiliza para mojar las antorchas con las que realiza los malabares.
DESDE QUILLACOLLO
Los dos niños viven en el municipio de Quillacollo, en la zona de Villa Moderna, cinco cuadras al norte de la avenida Blanco Galindo, y recorren los 13 kilómetros que separan a esta ciudad de Cochabamba en un trufi que sale de la plaza Bolívar.
Llegan hasta la avenida América y Melchor Pérez de Holguín a las seis de la tarde y su jornada se extiende hasta las 10 de la noche. En algunas ocasiones, cuando sus actuaciones son fructíferas, ellos deciden quedarse una hora más.
Al retorno, cuando llegan a Quillacollo, comen "unos pollitos" de ocho bolivianos y después de saciar su hambre se dirigen a sus hogares.
LIMPIABA PARABRISAS
Uno de los amigos de Juan Carlos le animó a trabajar. Consiguió un balde y varios trapos y empezó como limpiador de parabrisas en el Viaducto, sobre el kilómetro 2.5 de la avenida Blanco Galindo.
Después de tres meses de realizar esta actividad y al percatarse de que los resultados económicos no eran los más alentadores, el niño decidió cambiar de rubro y convertirse en un malabarista, como aquellos que hacían volar por los aires más de tres pelotas, palos o platillos.
Observando la destreza de los malabaristas callejeros y tras recibir los consejos de su amigo, Juan Carlos empezó a practicar primero con tres limones. Asegura que no le tomó más de un par de meses dominar esta técnica y pasó a la siguiente etapa, las antorchas.
Una vez que logró dominar las antorchas, convenció a su primo Richard para trabajar en Cochabamba y juntos decidieron ubicarse en la avenida América y Melchor Pérez de Holguín.
Juan Carlos confiesa que en un par de oportunidades las antorchas que hacía girar en el aire le cayeron sobre el antebrazo, pero sin causarle daños mayores, solo un susto del cual se repuso inmediatamente porque debía ir por su recompensa antes de que los vehículos comenzaran a avanzar.
Su primo Richard practica también para dominar las antorchas, pero señala que no es tan diestro aún. Espera pulir su técnica en dos meses.
Cuando la suerte está de su lado, estos niños logran reunir hasta 120 bolivianos, dinero que lo reparten en forma equitativa, 60 para cada uno de ellos. Pero también hay jornadas que no son tan productivas y solo logran acumular 40 bolivianos.
Ambos niños aseguran que parte del dinero que ganan con su actividad de malabaristas se lo entregan a sus padres, reservándose una buena cantidad para comprarse ropa, zapatos y satisfacer algunos de sus gustos.
El semáforo cambia nuevamente a rojo, los dos niños se ponen de pie, como lo han venido haciendo durante las últimas tres horas y hacen girar las antorchas, mientras algunos de los conductores los observan con atención desde sus vehículos.
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